“Hay profunda incomprensión de la mecánica democrática”:José Woldenberg

Por La Crónica de Hoy | Lunes, Agosto 31, 2015

Para José Woldenberg, los problemas de la democracia mexicana de hoy no se encuentran en “la noria político-electoral” a la que hemos estado dando la vuelta, sino en otro lado: en la falta de crecimiento económico, en la pobreza, en el déficit del estado de derecho, pero también en la incomprensión de que hemos vivido una transición democrática plena. Todo eso genera “pulsiones autoritarias” e “incomprensión de la mecánica democrática”.

El reconocido académico, quien encabezara el primer IFE totalmente ciudadano, acaba de publicar el libro La democracia como problema (un ensayo), editado por El Colegio de México y la UNAM, en el que da cuenta analítica de sus preocupaciones acerca del desencanto ciudadano hacia la democracia mexicana, las razones detrás de ese malestar y los peligros que ello encierra. Aquí la conversación que sostuvimos al respecto, en las instalaciones de Crónica:

Me parece que hay una suerte de autocrítica generacional en tu libro. Hablas de que se sobrevendió la idea de la democracia en México. Pertenecemos a una generación cuyo uno de sus objetivos principales era acabar con un régimen que no era democrático, pero la democracia no resultó lo que soñamos.

El libro trata de reflexionar sobre lo que la democracia da y lo que no da. En efecto, una de sus tesis es que hubo una etapa en la que se sobrevendió la expectativa sobre la democracia. No sólo nos llevaría a poderes constitucionales más equilibrados, a una ampliación de las libertades, una mejor representatividad, a la alternancia política, que es algo que la democracia sí ha dado. También se decía que era una llave que nos llevaría al estado de derecho, a terminar con la corrupción. Los más exagerados incluso dijeron que terminaría con las desigualdades y detonaría el crecimiento.

Me trato de responder el por qué de esa sobreventa de expectativas. Hay dos respuestas tentativas: una, por la propia mecánica de la lucha política. Por décadas, el eje fundamental de la confrontación política fue entre autoritarismo y democracia.  En el lado de la orientación democrática se decía que una vez que se desmonte el aparato autoritario, esto será la Arcadia. La otra, es que somos muy afectos a construir una causalidad elemental: si se remueve un elemento, va a modificar todo. Todos los males venían del verticalismo, monopartidismo y del autoritarismo. Una vez que no existieran, estaríamos en Jauja.

La democracia realmente existente no ha cumplido con expectativas y esto puede generar la tentación de decir que es un sistema que no funciona, aunque sea el mejor que conocemos.  Hay quienes se hacen la pregunta: ¿Una democracia que no funcione o un sistema semiautoritario que sí funcione?

Es el centro de preocupación del libro. A pesar de que México construyó una democracia, hay un enorme desencanto, un malestar muy profundo con los instrumentos que forman la democracia.

Partidos, Congreso, gobierno, tienen malas calificaciones por parte de los ciudadanos. Y no hay democracia posible sin partidos, sin parlamento, sin políticos, sin gobierno. La pregunta que se hace el libro es qué la está debilitando.

Por un lado, están los problemas propios de cualquier régimen democrático, que deben ser vistos como tales. Por otro, los que debe afrontar la democracia si es que quiere enraizarse y consolidarse.

La lista es muy larga: desde los problemas de comprensión y socialización de la transición, hasta los de economía, pobreza, desigualdad, corrupción y violencia.

Creo que le hemos estado vueltas a la noria político-electoral. Los problemas medulares para la democracia se encuentran en otro lado y es tiempo de afrontarlos. Por ejemplo, entre 1932 y 1982 la economía creció y los hijos tenían la expectativa de vivir mejor que los padres y la cumplieron. Ese fue uno de los lubricantes del consenso pasivo hacia el régimen anterior. Ahora no sucede eso, y si no lo atendemos, el desgaste puede seguir.

Leyendo el libro me acordé de las tesis de Putnam. Hay una historia detrás de cada formación social, en la que si tienes una tradición de participación ciudadana la democracia funciona y donde hay una tradición borbónica, la cosa es más difícil. Hay también un asunto cultural ¿no crees?

Hay una incomprensión del proceso de tránsito democratizador: no fuimos capaces de apropiarnos colectivamente de un cambio que, para mí es venturoso. México vivió una verdadera transición democrática, entre 1977 y 1997, que posibilitó la alternancia, que fue la desembocadura de la transición.

La sociedad no hizo suyo el proceso. En España –para poner un ejemplo alevoso-, en cambio, todos saben que hubo un antes y un después y la sociedad se siente orgullosa de ello.

En México no hay consenso, ni siquiera en la academia. Hay quien dice que todo es gatopardismo, que hemos dado una vuelta en U, que la transición está estancada.

¿Por qué no fuimos capaces de socializar ese proceso? Por una parte, desde el discurso oficial, para el PRI y su gobierno México siempre había sido una democracia, que sólo se perfeccionaba. Para cierta oposición, reconocer las reformas significaba reconocer al régimen.  Nuestra democracia arranca con ese déficit y si, como dices, tenemos una historia en la que las prácticas democráticas nunca han brillado, se cierra el círculo.

Muchas de las prácticas democráticas vigentes no son comprendidas, como el pluralismo equilibrado, que hace más compleja la vida en las cámaras. Quejas porque los partidos no se ponían de acuerdo, y después quejas porque se ponen de acuerdo. Hay una profunda incomprensión de la mecánica democrática, como por ejemplo la idea de pactar como sinónimo de transa, como sinónimo de defección.

¿Qué perspectivas le ves a la democracia mexicana?

El libro parte de la preocupación de que la historia no está escrita, el desenlace es incierto.
Me preocupa que se pueda acabar instalando la percepción de que algo de autoritarismo no hace mal. Hay muchas pulsiones, como las iniciativas para coartar el pluralismo del congreso para generar mayorías artificiales.  Allí hay un resorte autoritario, pero no es el único.